Según mi padre:
Al llegar a la orilla del río, el soldado de la cabeza vendada, que abría la marcha del cuarteto y no llevaba fusil, se detuvo de repente y obligó a los otros a pararse también. Antón, unos pasos por detrás de ellos, se detuvo igualmente. Blasfemó de pronto el soldado herido, la vista fija en el teleférico por el que bajaban las vagonetas cargadas de carbón desde la mina Santa Bárbara hasta la tolva para subir después, por el cable paralelo, hasta la explotación hullera, algunas vacías y otras con madera. De alguna parte sacó algo el soldado, algo que observó apenas un instante y sopesó a continuación, algo que finalmente arrojó hacia las instalaciones de Duro Felguera.
—¡Para que os acordéis de nosotros, hijos de puta! —gritó.
La bomba de mano —eso era, sí— se elevó por encima del río, atravesó la vía férrea del tren…
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